“Catrina”, “cacaricita”, “tornillo” y “probadita”, son algunos de los nombres de los recipientes que formaban las medidas para servir el pulque.
“Maceta”, “prueba” o “camión” fueron otros de los contenedores empleados para servir pulque, antes de la invasión de la cerveza; en la década de los 60 era normal que la gente tomara pulque para mitigar la sed o por el simple gusto de hacerlo.
Javier Gómez Marín, coleccionista de vasijas para servir pulque, explica que los enseres para transportarlo y para beberlo cobraron relevancia en la sociedad, ya que dependiendo de lo que se pidiera, era el tamaño del antojo o de la sed del consumidor. Estos recipientes se elaboraban en el centro de Puebla, en el Barrio de La Luz. Las formas de estos trastos provienen de una tradición milenaria. La primera forma que se utilizó para consumir el líquido fue la “suma”, cualquier hoja de maguey; le siguió la “jícara”, pieza de forma cóncava, y el “guaje”, parecido a la jícara, pero de gran tamaño.
Estas vasijas fueron prohibidas durante la Colonia porque su peso rondaba los 3 kilogramos, y después de un par de tragos, si había gresca, las personas se golpeaban con ellas. Tras esta prohibición se elaboraron vasijas con formas europeas, y se rediseñaron los modelos para hacerlos más complejos, como los que tienen formas humanas y rostros. En la actualidad se conservan las jícaras, que suelen ser las más comunes.
Así como el pulque, en alguna época, fue la bebida social por excelencia, sus antiguas medidas también fueron elemento central del folclor de las antiguas pulquerías.