Para un consumidor novato, “la bebida de los dioses” huele y sabe a todo, menos al elíxir que tomaría cualquier dios, sin importar la cultura ni la religión de la cual provenga, y es que d inicio es complicado describir su textura; si tuviera que equipararse, en términos coloquiales, solo se podría comparar con ciertos fluidos sexuales, que harían a cualquiera pensárselo antes de probarlo.

Cuando el comensal cobra valor y se decide a degustarlo, el siguiente obstáculo a superar es el aroma avinagrado y picoso (en cierto grado)  que impregna la nariz, causándole un cosquilleo incontrolable que desencadena un feroz estornudo.

Ya liberada la presión, se está preparado para servirse un trago, y es en este paso que uno se lo piensa nuevamente, pues los sentidos de la vista y el olfato alertan al cerebro acerca de un líquido que parecieran mocos pecados a la nariz con un olor que competiría con cualquier maestro albañil al mediodía.

Si la primera experiencia con el pulque se da en una cantina, con toda seguridad al oído llegarán expresiones como: “Si yo fuera tú, no lo probaba. ¡Eso es un trago para hombres!” o “¡Cuidado! Eso tumba hasta a los caballos”; aunque también podría escuchar, en tono picaresco, alguna que otro mentirilla, como: “¡Date! El pulque no emborracha”…

En fin, que, si se han superado esas primeras pruebas, y aún se está dispuesto a entrar en contacto con esa parte gastronómica del México prehispánico, hay que afinar el gusto, pues ese primer trago viscoso saturará el paladar con el característico sabor de la levadura en combinación con un ligero toque “ácido-picante”.

Si se supera el primer vaso, y se pide un segundo, pero esta vez “curado” de alguna fruta o verdura, el gusto estará en posibilidad de detectar el sabor de la tierra, las notas de la penca fermentada y la dulzura del aguamiel.

Para cuando se llegue al tercer vaso, ya sea natural o curado, la piel de sus mejillas habrá adquirido una tonalidad rosácea, sus ojos adquirirán el brillo característico de la felicidad, los pliegues de sus labios dibujarán una sonrisa y su cerebro entenderá por qué este milenario trago es considerado “la bebida de los dioses”.