El pulque ha acompañado al mexicano a lo largo de toda su historia, pero a inicios del siglo pasado perdió su popularidad debido a los mitos y atributos antihigiénicos que le atribuyeron.
En los últimos años ha resurgido la popularidad del pulque, que pasó de ser “la bebida de los dioses”, consumida por los indígenas de alto nivel jerárquico, a una bebida destinada a campesinos y clases bajas del siglo XX. Esta bebida ha cobrado auge gracias a los citadinos “hípsters” que visitan las cantinas y pulquerías de moda en la zona centro de la capital.
En la época colonial la tradición de beber pulque continuó, pero su consumo estaba restringido a ciertas personas y en situaciones específicas, como lo eran los rituales. Su importancia radicó gracias a su capacidad de suplemento alimenticio, por su alto contenido en vitaminas, proteínas y carbohidratos. Manuel Payno, en su novela “Los Bandidos de Río Frío” refiere la presencia del pulque en el día a día de los mexicanos del siglo XIX.
Al inicio del siglo XX fue combatida la adicción al alcohol, específicamente la del pulque, atribuyéndole ser el problema social número uno, ya que interrumpía la ética en el trabajo y buen comportamiento moral en México, lo que lastraba el progreso y la modernidad a la que aspiraba el gobierno porfirista. Las políticas al respecto del consumo del alcohol tenían el objetivo de sanear la ciudad, por lo que se optó por reubicar las pulquerías a las zonas aledañas a la capital, para librarse de los problemas que daban y aumentar la “belleza” de la capital. El argumento fue que el pulque embrutecía a sus consumidores y arrebataba la hermosura de la raza indígena.
A esta campaña se sumó, en 1901, El Imparcial que publicó una sección llamada “Tragedias de pulquerías” que destacaban, con sensacionalismo, distintos altercados: peleas, asesinatos y cualquier acto violento ocurrido al interior de las pulquerías.